No supe regresar al dolor de tu cuerpo;
eran años difíciles, mi perro no ladraba.
Displicente, el aullido nació de tu silencio.
No supe retoñar, supe morir;
con toda esa historia de quimeras y gritos.
No supe reclamar, guardé el ladrido;
mi perro recobró el abecedario,
fueron entonces palabras las promesas.
Desde ese día persigo tu clemencia;
abono mi silencio con tu estiercol.
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